Descripción
Cuadernos Gran Jefe. Número 9: más conversaciones
Yo me he quejado alguna vez de esa dificultad que hay entre nosotros para encontrar el tipo auténtico, o siquiera aproximado, del interlocutor, ese ser legendario ya -hombre o mujer- cordial y preocupado, que ame el encanto de las ideas abstractas emitidas desinteresadamente sobre la alfombra de un sofá, mientras las horas insentidas y ligeras corren en derredor.
Y no es que no se hable mucho en todas partes; se habla en los costureros y en las boticas, en los cafés, y en las esquinas concurridas. Pero el hablador no es el interlocutor, el conversador; existe una diferencia especial entre hablar y conversar. Lo que se hace habitualmente en estos sitios es murmurar, entendiendo por murmuraciones todo lo que se refiere exclusivamente a las personas, bueno o malo. El murmurador es el que no alcanza a abstractar las ideas y solo puede concebirlas fundidas a los individuos; el conversador verdadero es el que desarraiga las ideas de los individuos elevándolas a la esfera pura e impersonalEl conversador, que procura siempre generalizar, dirá, por ejemplo: patinar es un ejercicio armonioso y saludable; el murmurador solo acertará a decir: Fulano patina muy bien; porque no logra aprehender las ideas sino personalizadas. Murmurar es simplemente recordar; y como
siempre es más fácil recordar que pensar, por eso se murmura más que se conversa. Y por eso también la conversación requiere, además, un cierto grado de selección en el ambiente y una viva curiosidad intelectual en los interlocutores; la curiosidad intelectual es ese deseo punzador de saber cosas inútiles, ese interés desinteresado por las ideas y por las teorias de los demás, ese querer escudriñar y discutirlo todo por el solo placer de hacerlo sin fin determinado y sin objeto práctico ninguno. La necesidad torturante de satisfacer esa curiosidad viene a constituir al fin un vicio, el vicio de la conversación, que algunas mentes deliciosamente amaneradas prefieren al opio o a la morfina, porque siendo mucho más sutil produce una embriaguez igualmente delicada y fantástica. La conversación para ciertos seres que no sé si llamar desequilibrados o desadaptados, llega a ser un verdadero paraiso
Luis Tejada. Sobre la conversación y el conversador. En: Libro de crónicas, Editorial Norma, Santafé de Bogotá, 1997. págs. 105 y 106.