Descripción
Cuadernos Gran Jefe. Número 8: Chimpandolfo silente
A Camacho nada le dijo ese retrato al óleo de Baldomero, donde aparece al pie de un abismo, con la mirada perdida en el vacío, entre grises y blancos espectrales. Ese retrato, de grandes proporciones, montado en un marco barroco atiborrado de oro y colocado a su vez sobre una pared cubierta por un inmenso tapiz rojo, era la sorpresa obligada para cada nuevo visitante que acudía a casa de Baldomero.
Hay más todavía: en la parte inferior del cuadro, y fuera del marco, se veía un letrero con la siguiente leyenda: “Baldomero, Príncipe de las Tinieblas”. El conjunto formado por el retrato en sí, por el marco, el tapiz y la leyenda, tenía algo de cursi y de grandioso a la vez; de cosa puesta allí para dar una broma colosal, y también de apoteosis pictórica del genio del mal. Sea cual fuere la impresión que dicho retrato causara en nuestro espíritu -lo mismo podría soltarse una carcajada burlona que sentirse empavorecido-, queda siempre flotando una interrogación: “¿Qué significa todo esto? ¿Es Baldomero un bromista, un cursi, un paranoico, un excéntrico?
Pues bien, ese retrato nada le dijo a Camacho. He aquí su parca mención en el informe elevado a su superior jerárquico: “Retrato al óleo de Baldomero. Gran tamaño”. Se me dirá que, por lo mismo, Camacho hizo un informe en que partía de lo que él llamaba la locura de Baldomero; es decir, que un tipo que se hace retratar en una pose luciferina, no es otra cosa que un orate. A esto se llama no ver más allá de sus narices, y Camacho no vio más allá de las suyas. Pero esta ausencia del espíritu de la fineza le vino admirablemente, porque al menos, se ahorró mis dudas, y pudo concluir, con gran desenfado, que Baldomero no había tenido la más mínima participación en el asesinato de Wong.
Virgilio Piñera. El caso Bladomero. Editorial Norma, Santafé de Bogotá, 1997. págs. 8-10.